Así estoy yo...Majara perdida

martes, 18 de octubre de 2011

El alma de las c@sas

Así debió ser al principio...



En agosto, cuando llegó la primera oferta seria por la casa de mi madre a mi me dio un subidón “quepaqué”.  Tal vez el dinero no da la felicidad, pero ¡coño, cuánto ayuda! Luego vinieron las primeras dudas, los giros y giros de la vida y la incertidumbre…todo a la vez; porque mientras aparecían los primero problemas, las grietas, los huecos de la futura venta yo sentía que vender la casa era un hecho y ya no sabía qué me daba más miedo. No poder venderla…o firmar un papel en el que ponga que no podré incumplir la promesa que me hice a mi misma y definitivamente no volveré jamás a cruzar esa puerta..
Entre esas cuatro paredes viví 21 años, de los 4 a los 25. El reloj que ahora cuelga en el salón de mi casa acompañó campanada a campanada todas las horas de estudio, juego, lectura y holganza. En esa bañera hoy descascarillada bañábamos madelmanes en trajes de buceo negro con una raya amarilla y una lancha de color naranja, cabalgábamos el pasillo en un caballo negro con la silla de montar roja y el pelo y la cola blanca. En esa vieja cocina frente a una mesa de formica blanca negra y gris me meé (literalmente) cuando mi hermano se puso en la boca un gajo de naranja y me miraba sonriendo, allí indignada por algún desplante que ya no recuerdo le vacié en el plato de huevo frito una botella entera de agua con el consiguiente estropicio y, no sé cómo,  acabé con una botella rota clavada donde la espalda pierde su casto nombre. En esa mesa del salón me dejaron los reyes una Nancy rubia con una peluca afro, un traje de india, y una capa roja con coletas amarillas. Entre las servilletas de un mantel verde con margaritas blancas y amarillas bordado por mi madre el niño Jesús nos dejaron a mi hermano y a mí unos relojes que (curiosamente) aún tengo en un viejo joyero. Ese es el escenario de una foto que siempre va conmigo, yo muy seria en sus brazos, él muy sonriente, mi padre y yo…creo que juntos sólo hay tres o cuatro. La foto de mi abuela siempre estuvo allí, con su velo negro y su mirada clara…también está ahora en mi salón, pero para mi siempre me mirará desde esa esquina. En la alfombra de la entrada jugué con mis hijos, allí les esperaban los regalos del niño Jesús hasta el año pasado, en esa misma alfombra dónde mi hermano y yo jugábamos. En mi cuarto lloré todos mis desengaños, sentada en el la cama me confesó mi padrino el día antes de casarme, lloré la muerte de mi abuelo, al que le cantaba el oído y  a los pies de mi cama reposaba su ataúd, en esa misma cama lloré el enorme vacío y soledad que desencadenó el cáncer de mi hermano cuando por fin me lo robó.


Para mi esa casa tiene alma, la mía, la de mi hermano. En algún lugar de esas cuatro paredes, en una realidad paralela yo reposo en el regazo de mi dulce abuela, juego y río y peleo con mi hermano, le canto a mi abuelo,  leo horas interminables en soledad, me escondo en el cuarto de mi abuelo para hablar por teléfono,  y mi padre, sonriente, me tiene en sus brazos.
Mis abuelos hablan mahonés en su habitación, cuando la casa era nueva y ellos llegaron con sus hijos a habitarla, cuando se creó el barrio de “casas baratas”…

Soy plenamente consciente que hay que hacer lo que hay que hacer. Que yo cerré la puerta un medio día de mayo después de vaciar todos los cajones en una de las catarsis más intensas de mi vida, y le pedía mi marido con una voz que no reconocí como mía: ¿puedes quitar eso de la puerta? Un rectángulo negro con el  nombre de mi abuelo en letras plateadas que llevaba allí 70 años y me dije a mi misma que no volvería a poner los pies allí. Yo soy consciente que es la única opción que tengo, pero mientras rezo para que el viernes los compradores no se echen atrás y firmen las arras he de reconocerme a mi misma que saber que hay que hacer lo que hay que hacer no lo hace menos doloroso y que me aterra volver a mi ciudad sola para rendirme a la evidencia.
El día que me permita a mi misma llorar por todos los duelos que no estoy haciendo me convertiré en sal.

2 comentarios:

Ana, princesa del guisante dijo...

No. No será entonces cuando te conviertas en sal. Lloras sin lágrimas porque eres sal. Pero llorar es eso, al fin y al cabo. Cierra puertas, ciérralas para siempre, y tu hermano tu padre, tus abuelos, están en ti, en tus fotos, en tus recuerdos. ¿Por qué no lo escribes aquí? Podrías imprimirlo para que tus hijos puedan saber quiénes fueron los que les precedieron. Sé valiente y, hacia atrás, ni para tomar impulso. Ánimo, guapa

Lou Perea dijo...

La alfombra, la mesa de formica, la cama, todo, amuebla tu yo presente, tu cabeza, tus recuerdos, da igual que lo vendas, allí va a seguir, para recordarte que nunca serás estatua de sal.


Lou