No recordaba lo increíble que era. La garganta del Cares. |
Hace 800 millones de años, año arriba, año abajo me perdí por las montañas en la provincia de Soria con quien hoy es mi marido. Recuerdo que llevaba pantalones cortos, unas botas muy incómodas y “él” había decidido tomar un atajo para volver al refugio bajando un pico que habíamos escalado. Ese “atajo” me dejó los tobillos hechos caldo a torceduras, las piernas hechas un cromo de rascadas de ramas, matojos y demás obstáculos de lo que mayormente se llama “monte a través” o no sigas un camino no sea que lleve a algún sitio civilizado.
En un momento dado, congestionada, dolorida y agotada me senté cómo pude y exclamé: “Aquí me quedo”
Hace 900 millones de años, año arriba, año abajo, recorriendo los picos de Europa, en un momento que ya no podía más en mitad de una subida, me senté y exclamé: “Aquí me quedo”.
El jueves mi jefa decidió de forma unilateral y fulminante mandarme a un puesto dónde no conozco a nadie, con el hándicap de venir de una empresa perdedora en una fusión (después de 20 años hasta los conceptos han cambiado, nunca me había sentido más nueva) separarme de un equipo fantástico y echarme a los lobos. Me derrumbé. Me senté en el suelo de mi ex oficina y exclamé: “Aquí me quedo”…
Y entonces, en medio de un mar de lágrimas volví los ojos a mi misma. No me quedé en los picos de Urbión, ni en los de Europa, ni de subida ni de bajada, ni mochila al hombro, ni sin ella. Acabé las dos travesías. Y sigo viva.
Y como me gusta torturarme a mi misma pensé: eso es fatalismo, y me joroba ser fatalista para continuar respirando. Pero no es fatalismo, ni resignación cristiana. Es supervivencia, o ese otro concepto que he leído últimamente: resiliencia.
Subí y bajé las montañas de la misma forma. Respiré hondo, me quité los mocos de la llorera de un manotazo y moví las piernas. Un paso detrás de otro. Inspira. Expira. Pierna derecha, pierna izquierda. Inspira. Expira
Irmita lo ha expresado mejor, pero es que ella sabe más que yo, de toda la vida. Una rendición pequeña como un guisante y a seguir respirando. Un pie tras otro, no hay más.
Lou gracias por tu mensaje. Eso y una conversación con mi prima me pusieron de pie.
Hoy me han llamado de Zaragoza again. No, no querían preguntarme por mi madre, ni muchísimo menos si estoy bien o necesito algo, querían seguir reprochándome mis decisiones y que les pague algunas deudas. Pero yo me río. Me río porque en mi nueva oficina todas las calles tienen nombre así como de la pasión según San Marcos y he seguido las indicaciones para salir a desayunar y he ido a parar directamente al Museo Palmero (muerta me he quedado al verlo)…y aquello está lejos, y se ven montones de sitios dónde tirarse de un puente y en este momento o me tiro de un puente o me río. Y he decidido reírme, respirar y poner un pie detrás de otro.
1 comentario:
Es la única forma de subir la montaña, por alta y jodida que sea: un pie detrás del otro, entonar una canción de Kumbayá y respirar hondo para llenar los pulmones y afrontar el próximo paso. Aquí estamos, que vengan a darnos por saco lo que quieran. Resistiremos.
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