El año pasado no tuve ganas de escribirte. Nuestras tietas se empeñaron en una carrera loca por llegar antes a veros (las entiendo, no creas) y todo fue confuso y revelador. Nuevamente nos encontramos los primos en hospitales, en tanatorios idénticos, en cementerios nevados en días fríos, y lloramos a mares, solos y en grupo, callados y ruidosos, por ellas, por ti, por los nietos tristes y los hijos huérfanos....y por las hermanas solas.
Mi vida es tan confusa...Me gustaría saber qué me dirías ahora, qué pensarías de mis desbarres, de mis disparates. A menudo pienso en llamarte.
Sabes? Ahora pesan menos los aniversarios, los cumpleaños, las fechas señaladas, los días especiales. Ahora duele la ausencia pura, ese nunca más que uno no entiende hasta que invade tu cotidianedad, ese no poder contar con la opinión, la mirada, la risa de otro, la complicidad momentánea. El dolor es algo traicionero y tramposo que se conjura en momentos idiotas como cada vez que pronuncio o escribo palabras comunes como verano, pies, sol, mar, playa, nariz, piel o hermano, y me obliga a transitar por el lenguaje como una niña pequeña saltando baldosas para no pisar nunca la blanca sin pensar que tal vez la que baile esa vez sea la roja.
Sólo algo permanece inalterable. Todos los días sigue habiendo un instante en el que me jugaría la primavera por tenerte delante.
Te quiero hermano.